domingo, 22 de junio de 2008

ERROR CÓSMICO... (VII PARTE)

Los domingos no le gustaban porque los sentía como el letargo de la vida entera. Claro, como Dios descansó al séptimo día tras crear el mundo en el que vivía, todas aquellas figuras de barro y costillas que hizo para adornar su creación también tenían que hacerlo. Era una ley ancestral y no se podía cambiar, a pesar de que en el fondo de su mente tenía la idea de que las leyes y las reglas eran susceptibles a rupturas.
"La gente tiene que descansar un poco. Como tú no quieres descansar ahora, piensas que todo el mundo debe seguir tu ejemplo. No pues, hija, la cosa no es así"
Desde el viernes había soportado los regaños de su madre tras la descompensación que tuvo en el único lugar donde no quería tenerla, su trabajo. Era viernes y no recordaba que había pasado. Sólo recordaba que le preguntaban si había comido. No tenía ni ganas ni fuerzas para decir que no, que no había comido, que no quería comer. Que había perdido el gusto por la comida, porque la transformó en un monstruo y que si bien consumía cosas para alimentarse, era sólo por eso, porque dicen que el ser humano, para seguir siéndolo debe hacerlo.

El doctor le había dicho que el fin de semana tenía olvidarse de todo y descansar. Encerrarse en su cuarto y hacer nada. Pero no podía y por eso ese domingo salió, porque no quería ser parte de ese letargo típico del domingo. Ese día salió para trabajar. Conversó con un hombre que, a pesar de sus 71 años, tenía una energía y vitalidad que sería la envidia de cualquier quinceañero que depende de las bebidas energéticas para conseguir eso.

A medida que la conversación avanzaba, ella recordaba, pero también escuchaba. Recordaba que a veces quería dormir para siempre, desaparecer de este entorno que, no sabía porque, la ahogaba y la hería internamente. Las diferencias etáreas entre ambos eran evidentes. Las diferencias mentales, las diferencias vitales no lo eran. Más bien dicho, eran imperceptibles.
¿Por qué ella no tenía ganas de hacer nada?
¿Por qué ella no tenía ese deseo tan grande de salir adelante?
Ese hombre ya estaba en los descuentos, se lo repitió muchas veces durante su conversación:
"Lo importante es que, si bien estoy en la última etapa de mi vida, estoy haciendo cosas que me llenan y que me hacen feliz. Me siento vivo, realizado. Siento que aún tengo mucho que entregar y lo haré hasta el día en que Dios me llame. Si al final uno vino al mundo para hacer algo y yo quiero hacer muchas cosas. Hago muchas cosas y me mantendré activo hasta que, como ya le dije, tenga que dejar este mundo"...
Algo se remeció en su interior cuando veía la juventud en los ojos de aquel hombre viejo, que espiritualmente era mucho más joven que ella. Una contradicción de la vida. Ella era joven, pero vieja de espíritu. Su interlocutor era viejo, pero joven de espíritu.

De a poco se daba cuenta de que estaba entendiendo, de que algo en su mente estaba tratando de hacerla entender. Pero sabía que nunca se iba a lograr tal hazaña al 100%, por lo menos no en su cabeza. No en su persona. No en su mente, porque siempre se convenció de que estaba un poco loca, de que algún error cósmico la había hecho caer aquí. De niña, leyendo un cuento de José Donoso, se sintió identificada y cercana a los imbunches. Tan así era su desarraigo de la vida y del mundo que debía ver y empatizar todos los días.
"Pero si tú eres tan joven. No creo que hayas sufrido mucho en la vida. Te queda mucho camino todavía", le dijo él un día
A veces la comparaba con la voz fuerte y ronca del otro hombre, con la de este hombre... Pero cada vez se daba cuenta de que esa imagen se desvanecía, que la otra estaba prevaleciendo y no podía hacer nada
"El corazón es un weon que se manda solo", le dijo su amiga de antaño junto a una taza de café.
Todavía sentía que conversar con él la sanaría un poco. Pero no se atrevía a decirle que necesitaba hablar con alguien, no quería averiguar si tenía tiempo para escucharla. Porque ya en el fondo no sabía que le pasaba. No sabía que era. Prefería no darle nombre a esto que le pasaba. Era mejor fingir que nada pasaba. Y se justificaba en ese caso. Vaya que sí. Estaba sola en esa isla y tampoco quería averiguar si él aceptaríaacompañarle alguna vez... Ya sabía que respuesta recibiría de vuelta y no la quería escuchar.

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