lunes, 16 de junio de 2008

EL MANTO PESADO DEL SILENCIO... (IV PARTE)

Y pensaba, a veces seriamente, en como sería dormir para siempre. Desaparecer de la faz de la tierra e irse a un lugar en el cual pudiese liberarse de tantos dolores mentales que la atormentaban desde niña... Borrar los cinco años truncados por demonios subterráneos. Limpiar las voces ofensivas que se grabaron a fuego en las paredes de sus recuerdos. Hundir en un mar sin fondo el odio gratuito de otros. Olvidar la última vez que se vieron... Cuando le dijo que ni él ni ella servían para querer.

Recostada en la cama cerraba los ojos, se tapaba los oídos y dejaba de respirar. Quería sentir el manto pesado del silencio y la espesa oscuridad sobre su cuerpo. Eran escasos segundos, pero servían... servían para comparar la vida con lo que existía más allá. No había nada... Ni otro mundo que le esperara lleno de beldades, ni paraísos prometidos por aquellos que le destrozaron la ilusión. Esos mismos que odiaba tanto desde que era una adolescente. Nunca había sido feliz. No lo era.
"Yo creo que tienes derecho a querer de nuevo. No por haber estado 10 años perdiendo el tiempo con un tipo que no hizo más que hacerte daño, te vas a cerrar a esa posibilidad ¿A donde la viste que no sabes querer... Que no sirves para querer? Nadie nace sin sentimientos. Buenos o malos, todos tenemos"
Le decía una amiga mientras ella se acomodaba en una banca de la plaza. No la miraba, porque no quería que viera sus ojos enrojecidos... Además, estaba segura de que las intenciones se le notaban en los ojos. Las intenciones de dormirse. Las intenciones de esconderse. Las intenciones de hundirse en la oscuridad de la nada.

Querer otra vez. Ella no podía querer de nuevo
¿Para qué?
¿Para vivir otra vez una década de vaivenes?
No... Los vaivenes y los dolores mentales no tienen un buen resultado en la vida. Pero tenía lagunas de tranquilidad. Cuando recordaba que estaba sintiendo, muy a su pesar. Cuando recordaba que él estaba ahí y que podría escucharla alguna vez... Sin conocerlo bien sabía que si la escuchaba, se sentiría mejor. Por un momento los deseos de dormirse y no despertar se disipaban muy despacio. Pero él no sabía que su persona tenía efectos tan salvadores en ella.

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