Si cerraba los ojos, se recordaba siendo una niña con cinco años en el cuerpo. Su madre siempre le ponía delantalcitos con calzas blancas y zapatitos de charol negro. Siempre le dijeron que era tierna, pero nunca estaba acompañada.
Dos años antes había llegado a la casa de sus abuelos paternos en compañía de sus progenitores, un sitio en donde mucha gente vivía bajo el mismo techo. Primos, tíos y amigos de la familia en desgracia. Era una aldea pequeña en medio de una gigantesca ciudad. Una emulación a la colmena de Camilo José Cela y la distribución logística de los individuos en ese lugar los llevó al patio gigantesco de esa casa, en donde su papá había construido una casita celeste con ayuda de sus hermanos.
Los padres de ella trabajaban, por eso debían dejarla sola en medio de esa colmena humana. Estaba al cuidado de una tía que desaparecía el día entero con un hombre alto, el que siempre recordó como una sombra. La misma figura negra que llegaba a fin de mes, siempre de noche, a dejar un fajo de billetes en la mesa de su abuela, una mujer elefantosa que siempre estaba sentada en un sillón floreado junto a la salamandra. Al desaparecer su tía ella quedaba abandonada a su suerte y temerosa. Los niños de la colmena nunca la miraron por tener la piel mate y ellos la piel clara. Nunca la miraron porque era gorda y ellos delgaditos como pequeñas y esbeltas lombrices. Entonces despertó la tristeza crónica que, desde tiempos inmemoriales, acompañó los genes de su familia materna y pudo dormirla de nuevo, los niños son flexibles… Pero no cuando llega alguien y deja una marca de fuego en los recuerdos. Tenía cinco años cuando en alguien dentro de esa maraña humana le robó la inocencia.
Un día, uno de los tantos primos que se allegó a la tribu de aquella casa, la tomó de la mano. No recordaba el día, sólo sabía que era de tarde, que tenía cinco años y que andaba sola por ahí mientras la tía que la tenía a su cargo había desaparecido como siempre con la sombra masculina de los fajos de billetes
“Ven, vamos a inventar un juego que te va a gustar”, le dijo mientras la conducía a un lugar oculto del patio.
Ella tenía cinco años y no entendía nada. Tampoco entendió que él le quitara las calzas blancas y la acariciara entre las piernas. Tampoco entendía porque ella tenía que tocarlo. No entendía. Nunca entendió, pero sabía que estaba mal y por eso un día sacó valor de alguna parte para detenerlo, para decirle que lo acusaría con su papá. Por eso habló con su tía que desaparecía
“Si le cuentas a alguien eso que me dijiste, todos van a pensar que eres una sucia. Tus papás te echarán de la casa, porque a las niñas como tú no las quiere nadie”, le contestó esa mujer mientras le apretaba su frágil brazo infantil.
Todos sabían lo que ese primo hizo con ella en aquella colmena, menos sus padres. Menos su padre. Menos su madre. Estaba sola con su secreto hundiéndole las uñas en el cerebro.
Con cinco años decidió callar sabiendo que no estaba bien. Sabiendo que si llegaban a saberlo la echarían de casa por sucia y que nunca nadie la querría, porque ella no servía para querer. No había nacido para eso. Nunca sería así. Estaba marcada de por vida. Aunque finalmente se desahogó con su madre 20 años después, nunca dejó de sentir la marca aquella. Porque en realidad nunca tuvo infancia. Aunque nunca más volvió a tocarla, el daño estaba hecho. La marca de aquella colmena ya le había molido la inocencia.
Saliendo de su trabajo recibió una llamada. Era como las otras. Las de antes. Esas que recibía cuando el otro hombre volvió y aún recordaba el día en que la lágrima más ácida de todas las que derramó cayó por su mejilla. Le habían dicho que no estaba en Chile desde hacía un mes, 30 días en los cuales lo buscó convencida de que la inseguridad lo estaba alejando de ella otra vez y nuevamente estaba dispuesta a luchar por hacerlo volver. Pero no, las fuerzas le daban para cruzar dos regiones por el otro hombre, pero nunca un océano entero. Esa era el tiro de gracia que los hizo agonizar durante un par de años más.
La mano le temblaba mientras observaba ese número en el celular. Sabía que al contestar recibiría la misma respuesta, el silencio. Porque el otro hombre nunca hablaba, sólo la llamaba para escucharla, porque no se atrevía a más. Aunque a veces esperaba que sí le contestara y bueno, a esas alturas ya de nada servía, porque una semilla ajena le invadió el pecho y los sentimientos que maduraron ahí durante 10 años estaban podridos. No lograba dilucidar porque quería hablarle después de finiquitarlo todo y sinceramente no entendía porque ahora.
¿Era posible que se diera cuenta de que realmente la quería?
Se dió cuenta de que él se acercaba lentamente al ventanal del edificio en donde trabajaban. Tenía la mirada gacha y el celular seguía sonando. Ahí estaba, enfrentada a las dos realidades. La de ayer y la de hoy. Ambas con el mismo destino. Para una comenzó no existiendo y cuando finalmente existió, fue deshechada a causa de la cobardía. En el presente era lo mismo, tampoco existía y aunque no sabía si lograría ser notada, tenía el presentimiento de que el desenlace sería el mismo.
El teléfono dejó de sonar y cuando él levantó la mirada frente a aquel ventanal sólo vió el estacionamiento vacío frente al edificio. A esas alturas ella cruzaba la calle para irse a casa pensando en que tal vez mañana la jornada sería mejor que la anterior, porque poco a poco el pasado se desvanecía para dejar paso libre al presente que no quería tener, mezclado con las expectativas que le generaban sus ambiciones futuras y los sueños escurridizos de éxito.
En algunas ocasiones no le importaba y sabía que debía importarle. Pero no. No le importaba. No le interesaba saber que existiera una vida establecida. No.
A veces le bajaba lo egoísta y el dolor de saberse egoísta. Era un hecho sobre el cual no podía hacer nada, ella lo había vivido antes y sabía que no podía hacer nada. Estaba queriendo. Lo quería y no podía hacer nada más que sellarse la boca, coserse los ojos y taponar sus oídos.
Ella sabía. Ella notaba. Ella tenía certezas. Ella sabía que nunca iba a mirarla. Ella sabía que no servía para que alguien más le quisiera de la manera que no admitía esperar.
Daba lo mismo que no le importara, porque en la realidad ella no existía para él. Porque nunca iba a ocurrir nada o algo similar a lo que había vivido con el otro hombre. Él no iba a quererla tanto. Tampoco iba a menospreciarla al punto de abandonarla. Ella simplemente no existía. No era nada. Pero aún así no le importaba. Aún así sentía que estaba queriendo y que su corazón partido a la mitad trató de ser unido con un alfiler de gancho. Pero había una grieta tan grande ahí… Era lógico que ese amor imbunche se metiera por esos recovecos.
Los domingos no le gustaban porque los sentía como el letargo de la vida entera. Claro, como Dios descansó al séptimo día tras crear el mundo en el que vivía, todas aquellas figuras de barro y costillas que hizo para adornar su creación también tenían que hacerlo. Era una ley ancestral y no se podía cambiar, a pesar de que en el fondo de su mente tenía la idea de que las leyes y las reglas eran susceptibles a rupturas.
"La gente tiene que descansar un poco. Como tú no quieres descansar ahora, piensas que todo el mundo debe seguir tu ejemplo. No pues, hija, la cosa no es así"
Desde el viernes había soportado los regaños de su madre tras la descompensación que tuvo en el único lugar donde no quería tenerla, su trabajo. Era viernes y no recordaba que había pasado. Sólo recordaba que le preguntaban si había comido. No tenía ni ganas ni fuerzas para decir que no, que no había comido, que no quería comer. Que había perdido el gusto por la comida, porque la transformó en un monstruo y que si bien consumía cosas para alimentarse, era sólo por eso, porque dicen que el ser humano, para seguir siéndolo debe hacerlo.
El doctor le había dicho que el fin de semana tenía olvidarse de todo y descansar. Encerrarse en su cuarto y hacer nada. Pero no podía y por eso ese domingo salió, porque no quería ser parte de ese letargo típico del domingo. Ese día salió para trabajar. Conversó con un hombre que, a pesar de sus 71 años, tenía una energía y vitalidad que sería la envidia de cualquier quinceañero que depende de las bebidas energéticas para conseguir eso.
A medida que la conversación avanzaba, ella recordaba, pero también escuchaba. Recordaba que a veces quería dormir para siempre, desaparecer de este entorno que, no sabía porque, la ahogaba y la hería internamente. Las diferencias etáreas entre ambos eran evidentes. Las diferencias mentales, las diferencias vitales no lo eran. Más bien dicho, eran imperceptibles.
¿Por qué ella no tenía ganas de hacer nada? ¿Por qué ella no tenía ese deseo tan grande de salir adelante?
Ese hombre ya estaba en los descuentos, se lo repitió muchas veces durante su conversación:
"Lo importante es que, si bien estoy en la última etapa de mi vida, estoy haciendo cosas que me llenan y que me hacen feliz. Me siento vivo, realizado. Siento que aún tengo mucho que entregar y lo haré hasta el día en que Dios me llame. Si al final uno vino al mundo para hacer algo y yo quiero hacer muchas cosas. Hago muchas cosas y me mantendré activo hasta que, como ya le dije, tenga que dejar este mundo"...
Algo se remeció en su interior cuando veía la juventud en los ojos de aquel hombre viejo, que espiritualmente era mucho más joven que ella. Una contradicción de la vida. Ella era joven, pero vieja de espíritu. Su interlocutor era viejo, pero joven de espíritu.
De a poco se daba cuenta de que estaba entendiendo, de que algo en su mente estaba tratando de hacerla entender. Pero sabía que nunca se iba a lograr tal hazaña al 100%, por lo menos no en su cabeza. No en su persona. No en su mente, porque siempre se convenció de que estaba un poco loca, de que algún error cósmico la había hecho caer aquí. De niña, leyendo un cuento de José Donoso, se sintió identificada y cercana a los imbunches. Tan así era su desarraigo de la vida y del mundo que debía ver y empatizar todos los días.
"Pero si tú eres tan joven. No creo que hayas sufrido mucho en la vida. Te queda mucho camino todavía", le dijo él un día
A veces la comparaba con la voz fuerte y ronca del otro hombre, con la de este hombre... Pero cada vez se daba cuenta de que esa imagen se desvanecía, que la otra estaba prevaleciendo y no podía hacer nada
"El corazón es un weon que se manda solo", le dijo su amiga de antaño junto a una taza de café.
Todavía sentía que conversar con él la sanaría un poco. Pero no se atrevía a decirle que necesitaba hablar con alguien, no quería averiguar si tenía tiempo para escucharla. Porque ya en el fondo no sabía que le pasaba. No sabía que era. Prefería no darle nombre a esto que le pasaba. Era mejor fingir que nada pasaba. Y se justificaba en ese caso. Vaya que sí. Estaba sola en esa isla y tampoco quería averiguar si él aceptaríaacompañarle alguna vez... Ya sabía que respuesta recibiría de vuelta y no la quería escuchar.
Fue un día, de tarde... Decidieron juntarse a tomar un café y conversar de la vida que desarrollaron en nueve años de no verse. De no compartir. "P" le contó que ya tenía dos hijos. Que el padre del mayor no se preocupaba de él, todo lo contrario a lo que ocurría con el del menor, aunque se había alejado de aquella relación
"A veces siento que él no es lo que yo realmente quiero para mí"
También le dijo que en todo este tiempo, su vida se desarrollaba entre el norte y el sur. Era capaz de viajar toda aquella distancia para que su niño más chiquito estuviera junto al padre. Para que su hijo mayor sienta que tiene uno, porque al fin y al cabo, ese hombre siempre lo quiso como propio. Le daba lo mismo que no fuera su sangre. Era su hijo y listo.
"Y bueno, tengo que ver que pasa con ambos. Él dice quererme mucho, pero no lo demuestra... Me engañó una vez. Cuesta olvidar, por eso tengo que pensar. Cuando viajo con los niños trato de evaluar mi vida. Por el momento no quiero nada y ya decidiré que haré. La vida es una sola"
Habían sido amigas en el liceo. "P" la defendía de quienes le enrostraban que fuera una gorda. Siempre se peleaba con los demás para que dejaran de ofenderla. Siempre recordó que había sido la primera en hacer eso por su persona y es que para ella el salir en defensa de otros era tan importante, una necesidad primordial y bueno, lógico era que pensara de esa forma, porque no olvidaba que de niña nunca fue defendida por el padre, pero si por la madre... Pero ella necesitaba que fuera el progenitor quien lo hiciera
"Su hija no es normal. Siempre anda pegándole a los demás niños, yo creo que tiene que llevarla a un psiquiatra", le dijeron una vez, cuando su única hija estaba en 5º básico.
Aún sabiendo que su hija no era así, que en realidad le pegaba a los demás para que dejaran de enrostrarle la monstruosidad que revestía su obesidad, la llevó al psicólogo... Porque pensaba que eran lo mismo y porque fue lo primero que encontró cuando salió a buscar en compañía de su esposa, quien le decía que su hija no necesitaba loqueros, sino que él estuviera con ella, protegiéndola. La niña tenía 11 años y recurrió a las terapias para espantar los fantasmas hasta los 25. Ni siquiera en esa época sintió la preocupación del padre por defenderla. Sólo de la madre.
Por eso siempre recordó a "P" con cariño, porque la defendía, porque era más fuerte que ella. Porque le hubiese gustado que fuera su hermana. Y esa tarde estaban juntas. Ya con vidas hechas... Con etapas quemadas, con dolores a cuestas. Eran ellas adultas, ya no adolescentes. Pero seguían viéndose como antes. Las dos adolescentes que salían del liceo a las ocho de la tarde y que se despedían en la 2 sur. Eran las mismas, aunque con unos años más.
"Creo que estoy enamorándome de nuevo", dijo ella mientras deslizaba su dedo por el borde de la taza "Pero no sé... Es malo que me ocurra esto otra vez. Será la misma historia de nuevo" "¿Pero cómo? ¿Hace lo mismo que el otro?", respondió "P" "No. Pero sé que nunca va a mirarme" "¿Por qué? Mujer, estás regia. Has cambiado mucho. Ya no eres gorda y además siempre fuiste una linda persona ¿Por qué un hombre no va a mirarte?" "Porque él tiene una vida... Una vida hecha... Una vida que ya tiene raíces ¿Me entiendes?"
"P" la miró un minuto y mientras encendía un cigarrillo, frunció el ceño y sólo atinó a decir que era mala cosa
"Pero en el corazón una no manda. Queda la cagada no más. Este weon se manda solo... ¿El hombre en cuestión tiene hijos?" "No lo sé... Debe tener" "¿Pero como te fuiste a enamorar?" "No sé 'P'... Tú lo dijiste, el corazón es un weon que se manda solo. Yo tengo miedo. Ya no quiero sufrir. Al final, si me mirara sufriría. Si no me mira, sufriré igual" "Cuando estábamos en el liceo me preguntaba ¿Por qué sufrirá tanto? Siempre creía que era por esa música triste que escuchabas siempre. Al parecer aún la oyes. Como que la pena se te incrusta en la piel. Tienes que dejar de oírla" "Puedo dejar de hacerlo, pero esto es crónico. Parece que nací así", sonrió sin ganas
"P" la miraba con ternura. En el fondo seguía siendo una niña frágil y seguramente debía seguir con su odio por las debilidades. Ella continuaba deslizando el dedo en el borde de la taza y siguió contándole como había terminado la historia con el amor que duró 10 años y el cigarrillo seguía consumiéndose en los labios de su amiga de juventud. Así de simple, era como regresar a un recreo cualquiera en el liceo con ambas sentadas en una de las mesas, comiendo un mendocino a medias. Cuando el otro hombre era el centro de sus tristezas. "P" siempre la escuchaba...
"¿Te digo algo que puede ser contraproducente en esta sociedad tan cartucha?", le dijo "P" con determinación "Juégatela, porque cuando una se enamora no es porque sí. Es por algo, siempre es porque algo ganarás o perderás en la historia. Oye, si nada es gratuito. Si ganas, bien... Si pierdes, bien también. Pero siempre obtendrás algo a cambio y eso te hará madurar, porque nunca paramos de hacerlo"
Seguir adelante. Tenía miedo. Mucho miedo. Las cosas ya no eran como antes. A cierta edad ya no era recomendable sufrir tanto. Quería ser feliz, pero no compartiendo el corazón con alguien, aunque tenía que aceptar a regañadientes el hecho de que el ser humano tenía la necesidad cierta de complementarse con otro
"El ser humano es un animal social. No puede vivir sin su manada", decía un profesor de la universidad
¿Y qué pasa si ella no era de manadas? ¿Qué pasa si ella no quiere ser de manadas?
Cuando era una niña soñaba y creía que las nubes de septiembre estaban hechas de algodón. Pensaba que las fantasías almacenadas en la mente se harían realidad.
Hoy sigo soñando, pero el paso de los años me ha hecho notar cuanto hay que luchar para conseguir que algo se cumpla. Que el camino está lleno de espinas y que las nubes de septiembre no son de algodón.
Dejas de ser una niña y te quitan de golpe el velo del rostro, ese mismo que te hacía creer que la realidad era una tarea fácil de realizar, cuando no es así.
No sé que me pasa. No sé que es. Prefiero no darle nombre a esto que me pasa. Es mejor cerrar los ojos y fingir que nada pasa. Vaya que se justifica en este caso. Vaya que sí. Porque estoy sola en esta isla y tampoco quiero averiguar si aceptarán acompañarme alguna vez... Ya sé que respuesta recibiría de vuelta y no la quiero escuchar.
Y pensaba, a veces seriamente, en como sería dormir para siempre. Desaparecer de la faz de la tierra e irse a un lugar en el cual pudiese liberarse de tantos dolores mentales que la atormentaban desde niña... Borrar los cinco años truncados por demonios subterráneos. Limpiar las voces ofensivas que se grabaron a fuego en las paredes de sus recuerdos. Hundir en un mar sin fondo el odio gratuito de otros. Olvidar la última vez que se vieron... Cuando le dijo que ni él ni ella servían para querer.
Recostada en la cama cerraba los ojos, se tapaba los oídos y dejaba de respirar. Quería sentir el manto pesado del silencio y la espesa oscuridad sobre su cuerpo. Eran escasos segundos, pero servían... servían para comparar la vida con lo que existía más allá. No había nada... Ni otro mundo que le esperara lleno de beldades, ni paraísos prometidos por aquellos que le destrozaron la ilusión. Esos mismos que odiaba tanto desde que era una adolescente. Nunca había sido feliz. No lo era.
"Yo creo que tienes derecho a querer de nuevo. No por haber estado 10 años perdiendo el tiempo con un tipo que no hizo más que hacerte daño, te vas a cerrar a esa posibilidad ¿A donde la viste que no sabes querer... Que no sirves para querer? Nadie nace sin sentimientos. Buenos o malos, todos tenemos"
Le decía una amiga mientras ella se acomodaba en una banca de la plaza. No la miraba, porque no quería que viera sus ojos enrojecidos... Además, estaba segura de que las intenciones se le notaban en los ojos. Las intenciones de dormirse. Las intenciones de esconderse. Las intenciones de hundirse en la oscuridad de la nada.
Querer otra vez. Ella no podía querer de nuevo
¿Para qué? ¿Para vivir otra vez una década de vaivenes?
No... Los vaivenes y los dolores mentales no tienen un buen resultado en la vida. Pero tenía lagunas de tranquilidad. Cuando recordaba que estaba sintiendo, muy a su pesar. Cuando recordaba que él estaba ahí y que podría escucharla alguna vez... Sin conocerlo bien sabía que si la escuchaba, se sentiría mejor. Por un momento los deseos de dormirse y no despertar se disipaban muy despacio. Pero él no sabía que su persona tenía efectos tan salvadores en ella.
Ella era la razón de muchos problemas... Por eso a veces llegaba sin querer decir nada a su trabajo. Se dejaba ver triste. Y si bien con el paso de la jornada recuperaba su humor habitual y era feliz. Bajo la piel habían grietas que seguían escondiendo rastrojos de pena, que después se expandían lentamente hasta su cabeza.
En algunas oportunidades quería acercarse a él y contarle cosas, desahogarse. Pero no. A fin de cuentas tenía que recordar las palabras que le decía su madre cuando comenzó a notar que lo del sufrimiento en ella era crónico, que inevitablemente había heredado la mente inestable de algunos ancestros:
"El sufrimiento es parte de la vida. Hay que aprender a pararse sola. Cerrar los ojos y fingir que nada pasa"
Si a fin de cuentas las personas no eran paños de lágrimas que una podía andar utilizando a diestra y siniestra. Aunque tenía que admitir que la debilidad en ella era tan fuerte, que en ocasiones necesitaba apoyo y nunca había nada. Le daba rabia ser así, porque los débiles no eran bien mirados. Los débiles siempre eran arrinconados y deshechados de la vida.
Se sentía débil, especialmente cuando su madre le decía que era la razón de muchos problemas y sabía que en el fondo no era su intención, que se lo decía para que recapacitara por todo el tiempo perdido. En el fondo no lo hacía por maldad y cuando recordaba aquello, quería llamarlo y pedirle que la escuchara, porque apenas conociéndolo, pensaba y sentía que era él la única persona que podría confortarla sólo con tomarse un tiempo y oírla. Pero no. Era mejor sentarse en la cama, cerrar los ojos, aguantarse las lágrimas y fingir que nada pasaba. En soledad. Porque solos vinimos al mundo y de la misma manera nos iremos.
Aquella noche lo supo. Ya lo presentía. Pero tenía que estar segura y la certeza le llegó embarcada en un acto que hasta hace unos años era de amor.
¡Que manera más canalla de notar que ya nada era como antes!
A través de la entrega, que ya no fue tal... Sino más bien un acto reflejo destinado a saciar los deseos reprimidos por la soledad.
Desde el momento en que comenzó a desnudarla sintió la frialdad. Esa distancia propia de los amantes de ocasión, esa cercanía que no es tal, esa tocación que es tan falsa como el ardor que les llevaba a la cama. Al mirarlo a los ojos veía un hueco oscuro donde no había nada, los besos eran toscos y el placer fingido. Estaban ahí como dos animales que sólo cumplían con un acto natural, apareamiento y nada más.
Todo era tan diferente ahora... Muy diferente a lo que era unos años atrás, cuando lo amaba con tanta devoción que era capaz de cruzar dos regiones con tal de estar con él un par de horas. Cuando él juraba quererla para siempre, dejarlo todo por ella... Construir a su lado una vida a la que había renunciado equivocadamente. Porque cuando se es joven tienes derecho a cometer errores. Ella reinvindicaría ese error... Pero no fue así, porque él torció el destino de los dos y nunca más fue lo mismo desde que decidió partir y después de eso, vino el desastre. Vino la sensación de sentir que le vendía su cuerpo a un extraño. Que era una puta. Que era un objeto.
"Ya nada es como antes", le dijo sin mirarlo
"Nunca ha sido como antes", contestó también sin mirarla
"El amor nunca estuvo presente en esta cama, por lo menos, no como antes. Hace días te vi en la calle. Tú volteaste y fingiste no verme. Te seguí una cuadra entera, pero al llegar a la esquina te vi seguir tu camino y entonces supe que ya no era lo mismo. Que ya no te quería y no quería convencerme."
"Algunas veces pienso en como hubiese sido una vida juntos... En como hubiese sido todo de no haberme ido. Tú sabes que fui cobarde al irme y la verdad es que el miedo siempre ha sido un obstáculo en mi vida y le he perdonado mucho, pero no puedo perdonarle que me haya llevado a irme sin decirte nada..."
"Vine a buscarte por eso, sólo haciendo el amor contigo sabría si te amaba todavía. Ya no te puedo querer más. Esto se estaba secando hace tiempo" lentamente su mano recorrió su pecho y se acurrucó junto a él cerrando los ojos. Le rodeó con los brazos y beso su cuello mientras una lágrima le mojaba la mejilla "Yo no quería dejar de quererte. Yo luché más que tú por eso"
"¿No hay nada que hacer?... "
"No. No hay nada que hacer"
"Yo no quería esto. Yo no quería... Yo te necesitaba, te quería tanto y aún hoy siento que he cometido un error teniendo una vida como la que llevo. Teniendo mujeres que no quiero. Porque han existido otras mujeres en mi vida"
"¿Y qué? Al final es lo mismo. También han existido otros hombres en la mía y siempre es lo mismo. El mismo vacío para tapar los hoyos que dejaste. Yo no sirvo para esto. Ni tú ni yo servimos para querer a alguien. Destruimos lo que tocamos. No nacimos para querer a nadie. Tú no sirves para querer a nadie"
Y así sin más, se levantó. A tientas se vistió, tomó su bolso y se fue.
Caminando simplemente lloró. Tenía pena. Tenía dolor y miedo. No le dijo que quería a otro hombre ahora ¿Para qué? Si al final era la misma espiral. Era más sufrimiento y recordaba voces que le decían que tenía derecho a querer de nuevo. Se conocía ella. Sabía que era lo mismo. Sabía de su naturaleza y por eso su miedo. Si aquel hombre llegaba a mirarla con otros ojos, con la mirada que ella, muy a su pesar, deseaba...
"Todo sería lo mismo. Otra vez la misma historia. Ya no quiero sufrir más. Perdí diez años de mi vida en la historia anterior. Ires y venires. Muertes y resurrecciones... ¿Tú crees que quiero eso para mi otra vez?", le dijo a una amiga.
Ojalá pudiera operarse la mente y borrarse el amor de las neuronas
"Yo no voy a querer a nadie. Yo no sirvo para eso. No nací para esos trotes. Así que nunca más voy a querer".
Y a su mente volvió aquel recuerdo. Un martes de julio, diez años antes. Ella una niña de 15 años que observaba escondida en medio de un montón de escolares a un hombre que hablaba y sonreía. Era él. Ya en ese momento sabía que lo quería y siguió sabiéndolo por una década entera. Hasta esa noche en que tuvieron sexo por última vez. Porque aquello no fue amor. Aquello fue un mal final para un romance que tampoco comenzó bien.
Era temprano. Era viernes. Estaba nublado y ella vestía de negro y rosa. Nunca le gustó el rosa, pero aún así vestía aquella chaqueta corta que vió en una barata de tienda, porque le abrigaba y porque de alguna manera sentía que le daba vida a su semblante medio muerto...
Tenía el bolso apretado contra su regazo mientras el colectivo avanzaba por las calles. Nadie decía nada mientras la voz de la radio daba a conocer que ya los camiones no estaban parados. Y afuera la vida pasaba rápido frente a sus ojos. La plazoleta frente a la iglesia, los niños de uniforme esperando locomoción. Los autos del taller que está junto a la improvisada cancha de tenis. El canal ya seco hace un par de años. Era de todas las mañanas, las tardes y las noches. Eran las imágenes que la acompañaban en el preámbulo de su llegada a casa y de su ida al trabajo. Siempre en un colectivo. Siempre rodeada de extraños que a veces decían cosas, otras no. Y daba lo mismo. Porque a ella nunca le gustó conversar de nada. Salvo cuando estaba contenta y quería saberse viva a través de la palabra fácil y el intercambio de opiniones. Pero ese día no lo estaba.
"¿Me deja en la esquina?", dijo al llegar a la Plaza de Armas.
Bajó. Se acomodó el bolso en el hombro izquierdo y cuando se disponía a cruzar la calle para tomar la micro que definitvamente la dejaría en su trabajo, lo vio ¿Era él? No lo sabía, porque eran tantos meses sin saber siquiera como estaba. Pero salió de la duda cuando él volteó y, sin quererlo, también la vio. Quiso acercarse, pero antes de eso, él bajó la mirada y se fue. Esa actitud, lejos de dolerle, le fue indiferente. Pero la verdad es que , independiente de todo eso, si tenía dolor.
¿Qué le dolía más? ¿Saber que ya el verlo no despertaba en ella las sensaciones de antes? ¿Saber que estaba dejando de amarlo?
Tal vez lo que la tenía triste era darse cuenta de que no servía para querer, ni para que alguien más la quisiera. Siempre lo supo y por eso nunca le recriminó que haya llegado a su vida para destruirla, intentar reconstruirla y después hacerla mierda otra vez. En el fondo, le dolía saber que mientras se iba, ella caminaba lentamente tras él y ya no era lo mismo y al dolor, se sumó el miedo. Porque hacía pocos meses lo notó. Supo que a pesar de tener la certeza de que no servía para querer, estaba queriendo igual que hace diez años. Eran las mismas sensaciones, temores y celos. Estaba queriendo a sabiendas de su nula capacidad de querer. Pero quería y sabía que no iba a terminar bien.
Llegando a otra esquina, se detuvo. Lo observó irse y supo que ahora ya el sentimiento no era el mismo, porque se había bifurcado en otra dirección. Quería y sabía que no nació para querer...
¿De qué le servía?
Si al final era la misma historia, pero con otro protagonista, generándose a su alrededor.
Esto, más que un post, es una nota mental... Bastante extensa... Como mis ideas locas.
Saben que da rabia que todo el tiempo se te acerquen y te digan... Tú podrías hacer algo relacionado con esto, porque es una realidad que nadie conoce. Y cuando quieres hacerlo, recurres a las personas que te hicieron hincapie en el asunto ¿Y qué sucede? Simplemente te dicen...
"No, es que me da una vergüenza terrible..."
"No, es que no tengo tiempo..."
O peor, la persona que te dijo que podrías hacer algo relacionado con eso te dice todos los días:
"Llámame mañana"...
Con el claro objetivo de que te aburras y no lo llames más.
Al final buscas por otras vías. Es difícil. Muy difícil. Al final estar en un medio es arma de doble filo. Por que a veces intimida demasiado saber que mucha gente leerá lo que dijiste o el testimonio que diste ¿Quién dijo que ser periodista era tan fácil? Es una mentirilla blanca que le cuentan a algunos ilusos cuando entran a la carrera. Lo peor es que igual algunos se la creen.
Ser pareja del periodismo es como tener un amor tormentoso ¿Ya lo había dicho? Parece que sí. Bueno. Lo reitero. Este matrimonio es difícil, pero al final es como esos amores furibundos y sufridos de las teleseries venezolanas.
Y así, tú finalmente no harás nada. Y te encontrarás con las mismas personas que te incitaron a hacer algo respecto a ese tema, quienes te dirán:
"Que es chueca. Al final no hizo nada del tema que le sugerimos"...
Y me quedaré pensando en que la vida tiene una dimensión medio extraña y esquizoide.
¿Les ha sucedido que a veces tienen miedo de lo que pueden llegar a sentir?
A mi me pasa...
O sea, ahora me pasa y todos los días recuerdo ese temor, porque la verdad es que no me puedo dar el lujo de sentir, porque de lo contrario sería la misma historia de nuevo. La historia de mi vida. La reiterativa. La misma que me hizo decir un día...
No, cada uno nace para una cosa en este mundo y yo definitivamente no nací para sentir...
Pero el problema es que hace un buen tiempo estoy empezando a sentir y no quiero.
¿Les ha sucedido? ¿Han tenido miedo de eso?
Ojalá me operara de esto que me está intranquilizando...