jueves, 15 de junio de 2006

SOPA DE CONDONES...

Revisando los diarios virtuales que siempre leo llegué al mítico The Clinic, en donde me encontré con un reportaje escrito por Paulina Abarca, en el cual se habla acerca de la ignorancia sexual que aqueja a los chilenos.
Es increíble leer los testimonios de matronas y obstetras que reciben increíbles cátedras de desinformación sexual por parte de sus pacientes. Admito que con muchos me reí, pero es increíble lo que hacen algunos por evitar tener un Domingo 7... Leanlo, acá esta:

La sopa
“Un día una mujer llegó a la consulta alegando que le habíamos dado preservativos malos. El doctor le hizo las preguntas de rigor, enfocándose en la forma de uso que esta persona le ha dado a los preservativos. Su sorpresa es mayúscula cuando escuchó la respuesta de la mujer: Al llegar a su hogar, tomó el preservativo, lo abrió y con un cuchillo lo corto en pedacitos. A continuación se lo agregó a una sopa y se la sirvió a su esposo. El brebaje, claro, no tuvo el efecto esperado”.
Hugo, obstetra.

El lavado
“Un día una paciente me contó su “infalible método anticonceptivo”. La cosa era así: después de tener relaciones sexuales, se iba a la cocina tomaba una Coca-Cola de un litro y medio, la batía durante un buen rato, le ponía el dedo en el gollete, y se la acercaba a la vulva de modo de que la Coca-Cola saltara adentro suyo. A ella le habían dicho que de esa forma se le “acidificaba” el útero y por lo tanto los espermios se morían. Esta persona no se acordaba de cuántas veces había hecho ésto, pero de seguro fueron varias, porque cuando yo le dije que eso no se podía hacer, se sintió muy preocupada y avergonzada”.
Lorena Aravena, matrona.

Infusión de cemento
“Hace unos cinco años una señora llegó al consultorio con la vagina totalmente irritada. Ella había escuchado que el ácido acetil salicílico (la aspirina) servía como espermicida, así que se había puesto varias pastillas en la vulva. Deben haber sido unas siete. Imagínate cómo estaba. Tenía hasta llagas. Si estamos hablando de poner ácido en una de las partes más sensibles del cuerpo… Tiempo después otra señora me contó que había tomado agua con cemento para abortar. La mujer echó unas cucharadas de cemento a una taza, le agregó agua y listo. Este es un mito bastante repetido y extraño. Menos mal que estaba bien diluido el cemento, porque si no la señora se podría haber muerto o haber quedado con problemas graves en el estómago”.
Sonia Lillo, matrona.

¿Los puedo lavar?
“Una vez vino una mujer de unos 40 años a pedirme preservativos. Era la primera vez que los usaba y antes de dárselos, le expliqué cómo se hacía. Al final le pregunté si es que tenía alguna duda. Ella se sonrojó y me contó que su vecina siempre re utilizaba los condones. O sea, los lavaba y los colgaba a la vista de todo el mundo, en la misma percha de la ropa. Mi paciente quería saber si es que esto funcionaba. No sé cómo me aguanté la risa y le expliqué que no, que los condones eran desechables”.
Lorena Aravena, matrona.

Santas
“En el sur se ven cosas bastante extrañas y locas. Por ejemplo, cómo la iglesia rechaza la anticoncepción, las mujeres sienten que están siendo pecadoras si utilizan algún método para cuidarse. Entonces, cuando alguno de sus hijos va a hacer la primera comunión, ellas se sacan la T de Cobre, o dejan de tomar pastillas. Asisten a las reuniones que se hacen en la parroquia, participan en la comunión, se persignan y luego comienzan a cuidarse de nuevo. Lo malo es que durante la pausa, siguen teniendo relaciones y así que por más santa que sea su intención, igual quedan esperando”.
Margarita Jara, matrona.

Esponjas
“Una joven llega desesperada al consultorio con un fuerte dolor abdominal. Se dirige donde el doctor y éste le pide que se saque la ropa. Al quedar semi –desnuda, el problema sale a relucir: La mujer se ha introducido dos esponjas en la vagina, lo que le ha producido una fuerte inflamación y una grave infección. La joven, avergonzada, le explica al doctor que lo ha hecho porque no tenía dinero para comprar toallas higiénicas, así que pensó que de esa forma podría esconder su flujo menstrual”.
Hugo.

Precavida
“Un día llegó a la consulta una joven que debe haber tenido máximo 25 años. Venía mareada y con vómitos. Yo le pregunto que fármacos tomaba y me contesta que anticonceptivos. Cuando me explica cómo los usa, me quedo perplejo. Resulta que para que no se le fuera a olvidar una pastilla, se tomaba todas las de una semana juntas. Ella pensaba que así tenía siete días de protección. No sé cómo no quedó embarazada”.
Cristián, estudiante medicina.

Virgen embarazada
“Un día llega una chica desesperada a mi consulta y me pide que le dé una receta de la píldora del día después. Obviamente, yo le aconsejo que para la próxima vez tiene que cuidarse, ya sea con pastillas o con preservativos. Al terminar la frase, ella me queda mirando y me dice: “Pero doctor, yo soy virgen, tengo apenas 16 años”. Creo que me quedé mirándola como 30 segundos sin entender nada. Le pregunté por qué creía entonces que estaba embarazada y ella me responde: “Hace dos días fui a una fiesta. Estaba con unas amigas y en eso me dan ganas de ir al baño. Al rato una de mis mejores amigas me cuenta muerta de la risa que había tenido relaciones con su pololo en el baño”. Todavía sin entender, le pregunté: “¿y?” Resulta que la niña creía que podía quedar embarazada si algo del semen del pololo de su amiga había caído en la taza donde ella se sentó. No me quedó otra que entregarle algunos formularios sobre sexualidad, para que se educara un poco. Me quedé unos diez minutos sentado sin poder creer lo que había escuchado”.
R, médico obstetra.

Un vacío dentro
“Llega una señora al consultorio llorando. Primero va a sicología y de ahí la derivan a ginecología. La señora estaba sumamente triste. Hace poco le habían sacado el útero y ella sentía que su esposo ya no estaba contento con ella. Pensaba que su marido se iba a ir de la casa. Cuando le pregunté por qué creía eso, ella me dijo que al hacerlo su marido se daba cuenta del vacío que había quedado dentro de su abdomen. Estaba realmente desesperada. Me costó convencerla de que el pene jamás llega al útero y que era imposible que su marido pudiera sentir algo distinto. Igual se fue bastante apenada de la consulta”.
Cristián, estudiante medicina.

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