En mi país los mineros se quedan sepultados bajo el peso del escombro de una mina que, según muchas bocas ya, tenía bastantes fallas en el pasado... 33 hombres sepultados dentro de un socavon, frente al cual están rescatistas, un par de ministros y los rostros desencajados de sus mujeres, madres, hijas, amigas. Los ojos humedecidos de los padres, hermanos, primos o compañeros de la vida... Imágenes que tuvieron un amago de esperanza cuando ya se sabía que faltaban 100 metros para llegar al lugar en donde supuestamente están estos mineros, cuando la crueldad del destino, cuya mano ahora está más reforzada que nunca, hizo que en ese punto del trabajo todo se viniera abajo.
Los ministros dicen que hay que esperar... Que se hace lo posible por buscar otras vías para iniciar las labores de rescate y entre quienes esperan, los que están aferrados a una esperanza todavía cierran los ojos para imaginarlos a todos guarecidos del peligro en esos refugios provistos de agua y comida, de oxígeno a la espera de que vayan por ellos. Es una imagen perturbadora, pero a la vez llena de tranquilidad por ellos y sus familias.
A estas horas, se supone, el presidente anda por aquellos lares entregándole un poco de consuelo a quienes sufren, como una forma de ayudar dentro de las posibilidades que ya tiene. Muchos no le creerán, otros están tan desesperanzados y shockeados que sólo se aferrarán a su persona y llorarán porque ya no hay más que hacer que esperar. Esperar dentro de tanto silencio en el desierto, esperar dentro del frio que cala los huesos. Esperar algo, aunque sea un cuerpo desprovisto de alma al cual darle una digna sepultura o el milagro de ver surgir la vida entre los escombros de una mina que, tras tantos problemas, debería bajar las cortinas y morir para siempre jamás.
**Fuente: LA TERCERA