En sábado la Plaza de Armas de Talca parecía aletargada. La gente caminaba a través de ella apretando sus brazos contra el cuerpo, mientras las manos escondidas en sus bolsillos delataban sus infructuosos intentos por capear el frío. Herencia involuntaria de la lluvia que el día anterior había asolado la zona.
De ese episodio, que vino a recordarnos a todos que estábamos ad-portas del invierno, nada quedaba. El sol que iluminaba tibiamente el kilómetro cero de la capital regional escondía tras un velo los efectos del aguacero. Ni charcos, ni restos de barro, nada denotaba que el día anterior las calles se habían poblado de paraguas multicolores o de impermeables que esperaron un año para ser reutilizados.
Mientras uno que otro talquino cruzaba la plaza, en la Catedral de la ciudad un grupo de personas se apostaban fuera del recinto. Hombres con corbata, mujeres emperifolladas… Un bautizo es lo que pensaban algunos que pasaban por el lugar ¿Por qué un bautizo? Porque los niños que jugaban y gritaban alegres, alejados de los adultos, daban a entender un hecho como ese. Eran pequeños vestidos de gala, como galanes en miniatura tras haber recibido un chorrito de agua bendita que les daba la calidad de católicos.
Los adultos conversaban, se saludaban y se sacaban fotografías para celebrar el trascendente momento:
“Ven… Ponte para la foto… Anda a buscar a los niños para que salgamos todos”Decía una de las mujeres mientras con un gesto llamaba a los chicos.
Y a un costado, el pasillo verde que configura a la calle Isidoro del Solar es invadido por las micros y colectivos que surgen raudos desde la alameda. Frente a ellos los taxistas esperaban con optimismo que un pasajero abordara sus vehículos y un anciano, cuyas canas tímidamente se movían al viento, pasa frente a ellos con un diario bajo el brazo:
“¿Taxi caballero?” le dicen...Pero sólo los mira y no responde. Sigue su camino y a lo lejos una sirena venía a quebrar el letargo de la mañana sabatina, todos miran pero no encontraron el origen.
Y los niños se sacaban fotos, las madres trataban de agruparlos, los taxistas esperaban con el ceño fruncido algún pasajero:
“Parece que va a estar lenta la cosa”, se dicen entre ellos.
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